Escenas en blanco y negro; niebla; tempestad; la noche más oscura y cerrada; un gato negro; el repentino relámpago; lluvia exagerada acompañada de una gran tormenta; sombras; espejos deformes que reflejan amorfas proyecciones; el sonido del búho; el endiablado sonido alocado de un órgano de iglesia; los goznes chirriantes de una puerta; el sonido del ulular del viento; el sonido de un violín desafinado; unas voces siseantes repentinas en la nada; campanadas de réquiem y… tantas cosas más.
Son algunos de los efectos estremecedores de un buen guión. Los realizadores de films de terror saben cómo hacer para que palidezca el público al visionar el metraje. Provocar reacciones mediante el celuloide es puro arte. Y los seguidores del buen cine de terror disfrutan del género que les hace pasar un mal rato en el patio de butacas, conocedores de toda la técnica precisa para obtener un resultado óptimo. Pero que sea arte depende del director de la película. Hay muchas películas de miedo que nada dicen y sobre todo nada hacen sentir. En cambio hay directores consagrados del buen género de terror, que desde la interpretación, pasando por los efectos de sonido y demás parafernalia provocan en el cine una ambientación total. Cómo muy viva. Porque su esfuerzo para que la obra haga sentir angustia al espectador ha sido concienzudo, para que el resultado final, es decir, la película dé que hablar. Sea una buena producción.