En
verano también es frecuente algún baile de disfraces donde los más atrevidos se
visten de personaje de terror: Señoras ataviadas de bruja; hombres convertidos
en vampiros; chicas luciendo maquillaje zombi; chicos con máscaras de monstruo
y una gran variedad de ropajes para pasarlo bien en vacaciones. Porque hay
muchos a quienes no les vasta con celebrar la famosa noche de Halloween, si no
que cualquier momento es bueno para divertirse disfrazándose de manera
terrorífica. Ya que el verano está pensado para ir a la playa; salir; ir de
marcha; bailar; descansar; hacer barbacoas; y entre otras muchas cosas: Celebrar un baile
de máscaras. Tras las vacaciones da gusto compartir fotografías evocando
momentos en que lo pasamos muy bien, quedando recuerdos incluso de una fiesta
carnavalera donde nos vestimos de momia, fantasma u hombre lobo. El calor no
suele ser un problema dado que casi todo está climatizado para que el ropaje no
resulte demasiado caluroso. Y así, entre refrescos o helados y alegría, hay
quienes disfrutan organizando eventos veraniegos para pasarlo bien, donde los
amantes del cine o la literatura de terror desearán tras las vacaciones que
vuelva pronto el verano para repetir con otro disfraz.
lunes, 15 de julio de 2013
domingo, 7 de julio de 2013
EL ÁNIMA DE LAS DOCE. Cuento corto.
El hombre que a las doce en punto de la noche abandonaba la cripta apareciendo en mitad del camino, a las puertas del cementerio, era una auténtica aparición escalofriante. Algunos iban en peregrinación en las noches gélidas al lugar, para divisarlo en lontananza. La pavorosa imagen de su cara nacarada, pelo canoso, ojos de sapo infecto; ataviado con zapatillas blancas y un ropaje blanco, que no era una mortaja. El hombre de dentadura amarillenta les miraba desconfiado mientras cientos de personas le tomaban fotografías allí parado en la verja del camposanto. Cinco minutos más tarde el sujeto volvía a su cripta, mientras los mirones se hacían preguntas siseando entre ellos.
Comisaría contactó con el encargado de la necrópolis para saber quién era aquel ser, que de doce a doce y cinco dejaba bañar su rostro por la luna llena. Por el día acosaban a preguntas al enterrador pero el sepulturero no contestaba, ya que la policía advirtió de que no dijese nada sobre El Ánima de las Doce. Una frenóloga aburguesada expuso en el casino de la localidad que se trataría de un espíritu doceavo, ya que se encontraban en el mes de diciembre. Y que no haría daño alguno, siempre y cuando los mirones lo dejaran en paz; otros decían que se trataba del ánima que representaba a los camareros. Que era un alma buena aunque sería mejor no acercarse a él demasiado.
La última aparición del espectro fue la noche en que le sonó el teléfono móvil y al sacarlo del bolsillo del pantalón, el público exaltado lo lapidaron a pedradas, asustados por la sintonía de la Carmina Burana. Tras verle sangrar vieron que se trataba de un mortal que al poco tiempo falleció descalabrado.
Era un pintor contratado para que por las noches adecentara algunas zonas del cementerio, ya que durante el día entre entierros y limpieza el trabajo habría sido más lento. En comisaría pidieron al enterrador que no hablara sobre aquel hombre que confundían con un espectro porque la locura colectiva era demasiado retorcida en aquella localidad. Convenía callar y ya se olvidarían de él.
Si salía de doce a doce y cinco a tomar el aire era más bien porque su hijo, estudiante en el extranjero, le advertía de que a esas horas la tarifa telefónica le resultaba más económica y cómo entre las fosas no había cobertura si a las y cinco no había timbrado el móvil regresaba a su brocha. Pues el chaval lo llamaba sólo cuando le era posible. El rostro nacarado se debía a algunas gotas de pintura y su ropaje era un mono blanco de faena. Al día siguiente los periódicos informaban que cientos de personas apedrearon mortalmente a un pobre trabajador que no se había metido con nadie. La frenóloga jamás volvió a decir incoherencias ni tampoco los que inventaron la falacia del ánima de los camareros. Pero la misma noche del entierro de la pobre víctima sucedió algo espantoso. Algo que explicaré cuando me sea posible. Es que ahora tengo al muerto delante.
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