viernes, 15 de noviembre de 2013

NIEBLA MENTAL. Cuento corto del género Humor Negro.


El humor negro es muy típico en muchas culturas haciéndose chistes, comedias, literatura jocosa; moralejas; obras teatrales; tiras cómicas y todo tipo de bromas y artes que nos hagan soltar una sonrisa incluso en momentos donde no debería brillar la risa si no todo lo contrario. Sí, eso es humor negro. Hay grandes obras del género humor negro, con las cuales se pasa un rato divertido. Y a modo de ejemplo he escrito este cuento corto, sobre cómo sería un entierro dentro del género comedía o lo que es igual: Humor negro. Que se le llama precisamente así por mezclar risas con lo desagradable.


Al muchacho le faltaba un verano, que decían en aquella aldea donde residía con sus padres, refiriéndose a que era algo tonto. Ya en la jura de bandera su madre días antes al evento le explicó telefónicamente que hiciera todo cuanto viera hacer a su primo, hijo éste de la señora Antonia, a la que él llamaba su chacha cariñosamente. Para que así no se equivocara en nada. Pues sus despistes estaban a la orden del día. El muchacho le pidió a su madre que no se preocupara y que haría todo igual que su primo, hijo éste de Antonia y ella hermana de la madre del chico que colgaba ahora el teléfono despistado.
 Y llegó el día de la jura de bandera. Su primo iba delante de él. El capitán le preguntó:
-¿Qué es la bandera de tu patria para ti?
-Cómo una madre.-Dijo el primo listo uniformado, cuadrado y pasando a posteriori a besarla en señal de juramento de servicio militar.
Después le llegó el turno a su primo, cuya madre le advirtió que hiciera todo exactamente igual que su sobrino para no equivocarse.
-¿Qué es la bandera de tu patria para ti?-Preguntó marcial el capitán mirándole orgulloso y desafiante a la vez.
-Cómo mi chacha Antonia.-Respondió él atolondrado, que no se le permitió jurar bandera y le arrestaron unos días en el calabozo.

Habían pasado muchos años de todo aquello. Ya era algo mayor. Se iba acordando de la mala experiencia en el cuartel, siendo joven, cuando su familia le avisó que podía bajar del vehículo. Ya habían llegado a la casa apartada, con la puerta abarrotada de vehículos y corros de gente muy seria. Su madre, ya muy anciana, y su padre también, le reiteraron que cuando llegara a la viuda, a la que iban a darle el pésame tendría que decirle dándole la mano:
-Le acompaño en el sentimiento.
Era el farmacéutico de la villa. Que había fallecido y las honras fúnebres las rendían en el propio domicilio. En el salón. Una caja fúnebre en mitad de la habitación, y gente que entraba y salía o lloraba y suspiraba o decía monólogos cómo:
-Ha sido una gran pena. Pobre hombre. Que lástima.
La chacha Antonia pellizcó a su sobrino. Que repetía mentalmente para no olvidarse de la frase: “Le acompaño en el sentimiento”, y no errar.
-¿Sabes lo que tienes que decirle cuando te acerques a la viuda? Mira que tú eres muy despistado. Espero que en un velatorio no nos dejes en mal lugar.
-Tranquila chacha Antonia. Que yo diré: Le acompaño en el sentimiento señora.
-Sigue acordándote y no te olvides o nos dejarás en mal lugar.-Le amonestó su tía muy mosqueada porque sabía que al chiquillo las cosas se le olvidaban enseguida.
La gente entraba, salía, daban las condolencias, firmaban un libro dejando constancia que habían estado allí, suspiraban, y el calor ya se hacía notorio ante tanto barullo de gente enlutada de un lado para otro.
Por fin llegó el momento cumbre. En la fila o cola que aguardaban turno varias familias para dar el pésame a la señora del boticario, fallecido de un ronquido que no le permitió repetir uno más porque todo acabó en infarto. Entre todos los lugareños iban los padres del sobrino de la señora Antonia, así cómo ésta, su esposo y sus tres hijos.
El chico se puso algo nervioso conforme la cola de gente iba avanzando hasta el féretro donde un hombrecillo con pañuelo en la cabeza con nudo en el cuello, para que las fauces no se le abrieran, parecía estar dormido entre la madera color caoba.
Sudaba mientras seguía repitiéndose para sí mentalmente: <<Le acompaño en el sentimiento>>. Sabía que esa era la frase que tendría que soltar a la viuda. Chocarle la mano y salir de la fila de vecinos, cumpliendo así con el protocolo fúnebre.
Se fijó en un cartel que alguien había puesto en pleno salón comedor. Era un cartel descolorido de un cacao muy conocido. Calló en la cuenta que uno de los hijos del boticario era representante de aquel producto. Pero el que trabajara para aquella empresa le pareció fuera de lugar que lo aprovechara hasta para poner un cartel del cacao en pleno salón.
-Nene, no te despistes que ahora vas tú.-Le susurró su padre al oído mientras se adelantaba y daba las condolencias abrazando a la viuda con medalla de oro grandota.
-Y no te olvides de lo que tienes que decir.- Le susurró su primo, ya que éste sabía que si no la hacía a la entrada la hacía a la salida pero siempre acababa por hacer lo contrario de lo que se le decía, porque si se ponía nervioso, que eso era casi siempre, lo olvidaba todo.
Avanzó unos pasos sudando su frente por la total falta de memoria que reconocía tener en ese momento. Pensó que no podía ser le acompaño en el sentimiento.  Porque si ya de por sí aquello era un velatorio, la frase podría sonar cómo chiste de mal gusto añadiendo palabras de dolor ante un momento tan trágico. Tragó saliva. Su familia desde lejos se  llevaron las manos a la cabeza porque sabían que cuando su actitud era cómo la de aquel momento, evidenciaba que se había olvidado de todo cuanto tenía que decir.
Y no dijo: Le acompaño en el sentimiento. Si no que acercándose a la viuda y dándole cordialmente la mano le susurró:
-Me alegro de su contento.