El humor negro es muy típico en
muchas culturas haciéndose chistes, comedias, literatura jocosa; moralejas;
obras teatrales; tiras cómicas y todo tipo de bromas y artes que nos hagan
soltar una sonrisa incluso en momentos donde no debería brillar la risa si no
todo lo contrario. Sí, eso es humor negro. Hay grandes obras del género humor
negro, con las cuales se pasa un rato divertido. Y a modo de ejemplo he escrito
este cuento corto, sobre cómo sería un entierro dentro del género comedía o lo
que es igual: Humor negro. Que se le llama precisamente así por mezclar risas
con lo desagradable.
Al muchacho le faltaba un verano,
que decían en aquella aldea donde residía con sus padres, refiriéndose a que
era algo tonto. Ya en la jura de bandera su madre días antes al evento le
explicó telefónicamente que hiciera todo cuanto viera hacer a su primo, hijo
éste de la señora Antonia, a la que él llamaba su chacha cariñosamente. Para
que así no se equivocara en nada. Pues sus despistes estaban a la orden del
día. El muchacho le pidió a su madre que no se preocupara y que haría todo
igual que su primo, hijo éste de Antonia y ella hermana de la madre del chico
que colgaba ahora el teléfono despistado.
Y llegó el día de la jura de bandera. Su primo
iba delante de él. El capitán le preguntó:
-¿Qué es la bandera de tu patria
para ti?
-Cómo una madre.-Dijo el primo
listo uniformado, cuadrado y pasando a posteriori a besarla en señal de
juramento de servicio militar.
Después le llegó el turno a su
primo, cuya madre le advirtió que hiciera todo exactamente igual que su sobrino
para no equivocarse.
-¿Qué es la bandera de tu patria
para ti?-Preguntó marcial el capitán mirándole orgulloso y desafiante a la vez.
-Cómo mi chacha
Antonia.-Respondió él atolondrado, que no se le permitió jurar bandera y le
arrestaron unos días en el calabozo.
Habían pasado muchos años de todo
aquello. Ya era algo mayor. Se iba acordando de la mala experiencia en el
cuartel, siendo joven, cuando su familia le avisó que podía bajar del vehículo.
Ya habían llegado a la casa apartada, con la puerta abarrotada de vehículos y
corros de gente muy seria. Su madre, ya muy anciana, y su padre también, le reiteraron
que cuando llegara a la viuda, a la que iban a darle el pésame tendría que
decirle dándole la mano:
-Le acompaño en el sentimiento.
Era el farmacéutico de la villa.
Que había fallecido y las honras fúnebres las rendían en el propio domicilio.
En el salón. Una caja fúnebre en mitad de la habitación, y gente que entraba y
salía o lloraba y suspiraba o decía monólogos cómo:
-Ha sido una gran pena. Pobre
hombre. Que lástima.
La chacha Antonia pellizcó a su
sobrino. Que repetía mentalmente para no olvidarse de la frase: “Le acompaño en
el sentimiento”, y no errar.
-¿Sabes lo que tienes que decirle
cuando te acerques a la viuda? Mira que tú eres muy despistado. Espero que en un
velatorio no nos dejes en mal lugar.
-Tranquila chacha Antonia. Que yo
diré: Le acompaño en el sentimiento señora.
-Sigue acordándote y no te
olvides o nos dejarás en mal lugar.-Le amonestó su tía muy mosqueada porque
sabía que al chiquillo las cosas se le olvidaban enseguida.
La gente entraba, salía, daban
las condolencias, firmaban un libro dejando constancia que habían estado allí,
suspiraban, y el calor ya se hacía notorio ante tanto barullo de gente enlutada
de un lado para otro.
Por fin llegó el momento cumbre.
En la fila o cola que aguardaban turno varias familias para dar el pésame a la
señora del boticario, fallecido de un ronquido que no le permitió repetir uno
más porque todo acabó en infarto. Entre todos los lugareños iban los padres del
sobrino de la señora Antonia, así cómo ésta, su esposo y sus tres hijos.
El chico se puso algo nervioso
conforme la cola de gente iba avanzando hasta el féretro donde un hombrecillo
con pañuelo en la cabeza con nudo en el cuello, para que las fauces no se le
abrieran, parecía estar dormido entre la madera color caoba.
Sudaba mientras seguía
repitiéndose para sí mentalmente: <<Le acompaño en el sentimiento>>.
Sabía que esa era la frase que tendría que soltar a la viuda. Chocarle la mano
y salir de la fila de vecinos, cumpliendo así con el protocolo fúnebre.
Se fijó en un cartel que alguien
había puesto en pleno salón comedor. Era un cartel descolorido de un cacao muy
conocido. Calló en la cuenta que uno de los hijos del boticario era
representante de aquel producto. Pero el que trabajara para aquella empresa le
pareció fuera de lugar que lo aprovechara hasta para poner un cartel del cacao
en pleno salón.
-Nene, no te despistes que ahora
vas tú.-Le susurró su padre al oído mientras se adelantaba y daba las condolencias
abrazando a la viuda con medalla de oro grandota.
-Y no te olvides de lo que tienes
que decir.- Le susurró su primo, ya que éste sabía que si no la hacía a la
entrada la hacía a la salida pero siempre acababa por hacer lo contrario de lo
que se le decía, porque si se ponía nervioso, que eso era casi siempre, lo
olvidaba todo.
Avanzó unos pasos sudando su
frente por la total falta de memoria que reconocía tener en ese momento. Pensó que
no podía ser le acompaño en el sentimiento.
Porque si ya de por sí aquello era
un velatorio, la frase podría sonar cómo chiste de mal gusto añadiendo palabras
de dolor ante un momento tan trágico. Tragó saliva. Su familia desde lejos
se llevaron las manos a la cabeza porque
sabían que cuando su actitud era cómo la de aquel momento, evidenciaba que se
había olvidado de todo cuanto tenía que decir.
Y no dijo: Le acompaño en el
sentimiento. Si no que acercándose a la viuda y dándole cordialmente la mano le
susurró:
-Me alegro de su contento.